(Homilia Domingo de Ramos, Año C)
Reflexionando en la Pasión según San Lucas, especialmente la
escena final de Jesús crucificado entre dos malhechores (Lc 23:33) me hizo
recordar una visita a una cárcel, cuando estaba en el Perú. Había recibido una
donación de 200 rosarios. Los encarcelados eran más de 200 cientos, pero
pensaba como algunos eran presos políticos (comunistas), no iban a querer un
rosario. Cuando terminé la misa, les dije que formaran una fila y uno por uno
puse los rosarios sobre sus cuellos. Pero la fila, en vez de disminuir, creció
y cuando llegué al último rosario, diez hombres esperaban. Levanté el rosario y
les dije, “Discúlpenme, no sé qué hacer.”
Uno de los presos me dijo, “Padre, Ud. tiene que darme a mí
el rosario.”
Le pregunté, "¿Por qué?"
“Mire, padre,” me dijo, “soy un ladrón. Lo admito. Por eso
estoy aquí. Pero no soy como estos políticos. ¡Al menos soy un ladrón honesto!”
Pues, aun los “políticos” se rieron y puse el rosario sobre
el cuello del ladrón. Sonrió revelando sus dientes chuecos y tomó el crucifijo
del rosario en su mano, lo levantó a sus labios y lo besó.
Uno de los criminales crucificado con Jesús también era un
“ladrón honesto.” Tenía la valentía para confesarse a Jesús quien era. Si
nosotros fuéramos honestos, de igual manera admitiéramos que hemos tomado
cosas que no nos pertenecen. Saben que no es solamente LADRON, la persona
que roba dinero o levanta cosas de una tienda. Alguien que tiene relaciones
sexuales aparte del matrimonio es un ladrón. Está agarrando algo que no es
suyo. Un esposo que pasa todo su tiempo con sus amigos está robando a su señora
y sus hijos. Su tiempo pertenece a ellos. Es posible multiplicar ejemplos hasta
que cada persona aquí, incluyendo a su servidor, reconozca que es un ladrón.
No digo esto para imponer culpabilidad (“guilt trip”). Es cuestión
de admitir ante Jesús quien realmente soy. …El otro criminal rehusó hacerlo. Era un
hombre que siempre practicaba independencia, “auto-control.” Ahora tenía una
oportunidad final para reconocer su dependencia radical. No la tomó. En cambio
quería burlarse de Jesús. Quizás pensó, “nadie puede juzgarme a mí.” No sabía
que el único juez justo estaba a su lado.
Ante Jesús nadie puede justificarse. El “auto-estima” no nos
salvará. El primer paso es reconocer quien realmente soy, al que siempre hemos
llamado el “buen ladrón.” Lo reconocemos como un santo – San Dismas. Como él
tenemos que decir a Jesús, Acuérdate de mí.
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