17 ene 2013

Un Ladrón Honesto


(Homilia Domingo de Ramos, Año C)
Reflexionando en la Pasión según San Lucas, especialmente la escena final de Jesús crucificado entre dos malhechores (Lc 23:33) me hizo recordar una visita a una cárcel, cuando estaba en el Perú. Había recibido una donación de 200 rosarios. Los encarcelados eran más de 200 cientos, pero pensaba como algunos eran presos políticos (comunistas), no iban a querer un rosario. Cuando terminé la misa, les dije que formaran una fila y uno por uno puse los rosarios sobre sus cuellos. Pero la fila, en vez de disminuir, creció y cuando llegué al último rosario, diez hombres esperaban. Levanté el rosario y les dije, “Discúlpenme, no sé qué hacer.”
Uno de los presos me dijo, “Padre, Ud. tiene que darme a mí el rosario.”
Le pregunté, "¿Por qué?"
“Mire, padre,” me dijo, “soy un ladrón. Lo admito. Por eso estoy aquí. Pero no soy como estos políticos. ¡Al menos soy un ladrón honesto!”
Pues, aun los “políticos” se rieron y puse el rosario sobre el cuello del ladrón. Sonrió revelando sus dientes chuecos y tomó el crucifijo del rosario en su mano, lo levantó a sus labios y lo besó.
Uno de los criminales crucificado con Jesús también era un “ladrón honesto.” Tenía la valentía para confesarse a Jesús quien era. Si nosotros fuéramos honestos, de igual manera admitiéramos que hemos tomado cosas que no nos pertenecen. Saben que no es solamente LADRON, la persona que roba dinero o levanta cosas de una tienda. Alguien que tiene relaciones sexuales aparte del matrimonio es un ladrón. Está agarrando algo que no es suyo. Un esposo que pasa todo su tiempo con sus amigos está robando a su señora y sus hijos. Su tiempo pertenece a ellos. Es posible multiplicar ejemplos hasta que cada persona aquí, incluyendo a su servidor, reconozca que es un ladrón.
No digo esto para imponer culpabilidad (“guilt trip”). Es cuestión de admitir ante Jesús quien realmente soy.  …El otro criminal rehusó hacerlo. Era un hombre que siempre practicaba independencia, “auto-control.” Ahora tenía una oportunidad final para reconocer su dependencia radical. No la tomó. En cambio quería burlarse de Jesús. Quizás pensó, “nadie puede juzgarme a mí.” No sabía que el único juez justo estaba a su lado.
Ante Jesús nadie puede justificarse. El “auto-estima” no nos salvará. El primer paso es reconocer quien realmente soy, al que siempre hemos llamado el “buen ladrón.” Lo reconocemos como un santo – San Dismas. Como él tenemos que decir a Jesús, Acuérdate de mí.

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